domingo, 30 de marzo de 2014

René Burri: «Satellite City Towers»


Satellite City Towers by the Mexican architect Luis Barragan, Mexico Ciudad, 1969.


Ernst Haas


White Sands, New Mexico, 1952 

 

Margaret Bourke-White (1904-1971)


«La fotografía es una cosa muy sutil. Debes dejar que la cámara te lleve de la mano y te guíe hacia tu objetivo.»

Encaramada sobre una de las aguilas del edificio Chrisler

Margaret Bourke-White (1904-1971) nació en Nueva York el 14 de junio de 1904. Se interesó por la fotografía cuando estudiaba en la Universidad de Cornell. Fue alumna de Clarence H. White en la Universidad de Columbia y después abrió su estudio en Cleveland donde se especializó en la fotografía arquitectónica. Fue la primera mujer corresponsal de guerra (y la primera a la que se le permitió trabajar en zonas de combate en la Segunda Guerra Mundial) y la primera mujer fotógrafa que trabajó para la revista Life, dirigida por Henry Luce. Una fotografía suya fue tapa de la primera edición, el 23 de noviembre de 1936.

Era una mujer de izquierdas que hizo varios viajes a la antigua Unión soviética (URSS). En 1930 fue la primera fotógrafa occidental a la que se le permitió fotografiar la industria soviética. En 1931 publicó Eyes on Russia. Profundamente sensibilizada por la depresión en el país llegó a interesarse por la política.

Se casó con Erskine Caldwell en 1939 y fueron los únicos periodistas extranjeros en la ocupada URSS tras la invasión del ejército alemán en 1941.

En la primavera de 1945, viajó a través de una Alemania destruida con el Gral. George S. Patton. Cuando llegó a Buchenwald, el tristemente famoso campo de concentración, luego de registrar los restos, dijo: «Usar una cámara era casi un alivio. Esta interponía una ligera barrera entre el horror en frente mío y yo misma." Después de la guerra, produjo un libro titulado» Dear Fatherland, Rest Quietly, un proyecto que le ayudó a entender la brutalidad de la que había sido testigo durante y después de la guerra.

Tras la Segunda Guerra Mundial se interesó por la campaña de la no violencia impulsada por Gandhi.

Finalmente, Margaret Bourke-White acabó adelantando al mundo en el que le tocó vivir: el conservadurismo estadounidense de posguerra condicionó e incluso acabó con carreras profesionales y vidas personales mucho menos significadas ideológicamente que las de esta fotógrafa que reivindicaba el fin del sufrimiento en todas sus formas, tanto violentas como económicas. Sus viajes a la Unión Soviética fueron como un trapo rojo agitado frente al tenaz senador encargado de enderezar la moralidad de los estadounidenses más sospechosos. A Joseph McCarthy, desde luego, documentación no le faltó: el FBI entregó diligentemente a la comisión de escrutinio toda la documentación que había acumulado sobre Margaret Bourke-White desde 1930, fecha en la que una fotógrafa de 26 años comenzó a parecerle sospechosa a la todopoderosa agencia. Finalmente, las montañas de expedientes demostraron su reiterado contacto con diversas organizaciones para la extensión de los derechos civiles y políticos. Inicialmente, la neoyorquina trató de seguir haciendo su trabajo a pesar de las crecientes reticencias que despertaba y, aunque aún tuvo tiempo de viajar a Sudáfrica para contemplar las miserias del apartheid, finalmente fue incluida en la relación de artistas significados como comunistas por los diversos comités que controlaban las actividades antiamericanas.

Al ostracismo social sobrevino rápidamente la merma de su salud: en 1953, a la edad de 49 años, Margaret Bourke-White comenzó a manifestar los primeros síntomas del párkinson que acabaría con su vida. Tras el definitivo diagnóstico luchó infructuosamente contra el avance de la enfermedad, hasta que se retiró definitivamente y redactó, durante seis años, su autobiografía. Aparentemente, Margaret Bourke-White sufrió mucho sus últimos años de vida: denostada políticamente, fue perdiendo progresivamente el habla y su tratamiento consumió rápidamente los escasos ahorros que no había entregado a la beneficencia. Finalmente, fue ella quien debió ser asistida por las organizaciones con las que tanto colaboró. Sin embargo, hasta entonces, Margaret Bourke-White vivió, y murió, de un mismo modo: tal y como ella quiso hacerlo. Y puede que, en realidad, ese haya sido el mayor logro de una mujer que dedicó por completo su vida a retratar los horrores de la primera mitad del siglo XX.

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El retrato de Joseph Stalin es, por la importancia del modelo, una de las instantáneas más populares de Margaret Bourke-White. Sobre su encuentro con el máximo mandatario soviético la fotógrafa neoyorquina recordaba años después lo siguiente: «Me dije a mí misma que no podía irme de allí sin una foto de Stalin sonriendo. Pero, cuando le vi, me dio la impresión de que su cara estaba esculpida en piedra. No pensaba mostrar ningún tipo de emoción. Me volví loca tratando de conseguirlo: me tiré al suelo y adquirí todo tipo de posiciones absurdas tratando de conseguir un buen ángulo. Stalin observaba mis esfuerzos y finalmente esbozó algo parecido a una sonrisa, así que conseguí mi foto. Probablemente nunca había visto una fotógrafa tan joven y le debieron de divertir mis contorsiones».

Aunque no es una sonrisa resplandeciente, efectivamente Stalin debió de divertirse en aquel encuentro, ya que al término del mismo insistió en ayudar personalmente a Bourke-White a sacar su equipo del Kremlin. Este incuestionable éxito catapultó a la neoyorquina hasta la revista Life, la principal cabecera del grupo en el que trabajaba.

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«Las fotos pueden ser bellas. Pero también deben decir la verdad»
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London at Night, A Drinking Fountain at the Junction of Hamilton Terrace and Park Lane, 1939


New York  1930


Cocktails on Gorky Street. Moscow



Cola para la beneficiencia durante la Gran Depresión





1945,prisioneros de guerra en Alemania previo a la liberación por las fuerzas Estadounidenses. Campo de prisioneros Betchwald Alemania



Cuchillas de arado. Indiana, Estados Unidos. 1930.


Escolares. Región del Volga. URSS. 1931


Niños paramilitares. Checoslovaquia. 1937









Dr Kurt Lisso, Leipzig’s city treasurer, and his wife and daughter after taking poison to avoid surrender to U.S. troops, Leipzig, 1945.




sábado, 15 de marzo de 2014

Francesca Woodman




Cindy Sherman




Alfred Stieglitz


Waiting for a smile, New York, undated



Richard Avedon (1923-2004)

«I know that the accident of my being a photographer has made my life possible.»

Avedon nació en la ciudad de Nueva York en una familia judía. Era el único hijo de Jacob Israel Avedon, un inmigrante nacido en Rusia que tenía una tienda de ropa en Quinta Avenida,2 Su madre era Anna, que pertenecía a una familia propietaria de una empresa de manufactura textil. Él acudió al colegio DeWitt Clinton en el Bronx, donde calaboró en el periódico escolar The Magpie con el escritor James Baldwin desde 1937 a 1940.3 Después de asistir durante un tiempo en la Universidad de Columbia, comenzó su carrera como fotógrafo, trabajando para la Marina Mercante en 1942, tomando fotografías de identificación  de los miembros de las tripulaciones. Estas fotografías las realizó con una cámara Rolleiflex que le había dado su padre como regalo de despedida. De 1944 a 1950, estudió con Alexey Brodovitch en su laboratorio en la New School for Social Research.

Connotado  fotógrafo de modas y gran retratista, comenzó su carrera profesional en los años 1950 realizando espléndidos trabajos de moda para la revista Harper's Bazaar, donde acabó convirtiéndose en Jefe de Fotografía. Posteriormente, habría de colaborar igualmente con otras revistas como Vogue, Life y Look. Sin duda alguna, fue el gran fotógrafo de la moda durante los años 1960 y 70. En sus trabajos consiguió elevar la fotografía de moda al rango de lo artístico, al conseguir acabar con el mito de que los modelos debían proyectar indiferencia o sumisión. Por el contrario, en sus fotografías los modelos eran personajes libres y creativos en sus gestos dentro de escenarios dinámicos y bajo esquemas compositivos previamente decididos.

En los años 1960, Avedon se reveló como un artista comprometido con las inquietudes sociales de su tiempo. Durante el año de 1963 fotografió el Movimiento por los Derechos Civiles en el sur de los Estados Unidos, colaborando en los siguientes años con James Baldwin en el libro Nothing personal. A finales de los 1960 y principios de los 1970, Avedon realizó reportajes sobre líderes militares y víctimas en la Guerra de Vietnam y manifestaciones anti-guerra en los Estados Unidos para el diario New York Times. En la Navidad de 1989-1990 viajó a Alemania para documentar una ciudad dividida en dos mundos diferentes la noche en que caía el Muro de Berlín.

Sus retratos, aparentemente sencillos pero profundamente psicológicos, de personalidades famosas y desconocidas posando frente a un inmaculado fondo blanco, muestran a un cuidadoso fotógrafo capaz de plasmar en papel fotográfico rasgos inesperados de los rostros de personajes de la envergadura de Truman Capote, Henry Miller, Humphrey Bogart o Marilyn Monroe, entre muchos otros. Su método era sencillo pero efectivo, la derrota anímica del contrario fotografiado a través de largas y cansadas sesiones de hasta cuatro horas. Así desnudo, el retratado e indefenso era capaz de mostrar su personalidad más sincera.

En el año 1979 comenzó el que habría de convertirse en uno de sus trabajos más importantes. Por encargo del Museo Amon Carter, de Fort Worth, Texas, Avedon dedicó cinco años a recorrer el oeste de los Estados Unidos para documentar a las personas que nunca escribirían la historia de su país. En esta obra, titulada In the american west, nos presenta a granjeros, mineros, vagabundos, prostitutas, amas de casa, presos, vaqueros de rodeo o empleados de pequeñas oficinas, etc. en fotografías de gran formato tomadas con luz de día, al aire libre y como siempre, ante un fondo blanco. Nada hay en ellos del sueño americano o de la tierra prometida, pero son retratos de individuos que han sido observados y artísticamente elevados por la cámara de Avedon mediante una composición sobria, logrando así una considerable fuerza expresiva.

Al término del proyecto, Avedon había recorrido un total de 189 poblaciones en 17 estados; había fotografiado a 752 personas utilizando alrededor de 17.000 placas de película. De ésta colección, escogió 123 retratos que conformarían la serie In the american west 1979 – 1984.

Además del gran formato utilizado para sus fotografías de moda o retratos, desarrolló una obra en paralelo, utilizando el paso universal, que refleja sus vivencias más personales, como viajes o recuerdos familiares.

Algo muy profundo subyace a lo largo de toda la obra de Avedon y, sin embargo, no siempre se ha acertado a concretar en los trabajos realizados en torno a su figura. Es una preocupación sincera, pero a veces elegantemente obsesiva. El tiempo, la vejez y sus tensiones, resulta ser el motivo fundamental en la obra de Avedon. Vemos en su arte cómo nos habla directamente del paso del tiempo y su influencia en el ser humano, y, cómo no, del camino hacia la muerte. Son esos retratos descontextualizados que aparecen ante la cámara sin maquillaje, fatigados o tristes, tal y como se encontraban en ese momento, los que claramente denotan esta inquietud. El final de su libro Portraits (1976), por ejemplo, culmina de forma tremenda pero magistralmente tratada con una serie de siete fotografías de su padre envejeciendo gradualmente hasta que parece haberse integrado en la luz que le rodea.

El 25 de septiembre de 2004 Avedon sufrió una hemorragia cerebral en San Antonio, Texas, mientras se encontraba en una sesión fotográfica para un proyecto encargado por la revista The New Yorker, el cual se titulaba «On democracy», y se enfocaba en el proceso electoral del 2004 en los Estados Unidos; se trataba de retratos de candidatos, delegados de las convenciones nacionales, entre otros involucrados en el tema. Murió en la misma ciudad el 1 de octubre de ese año a consecuencia de las complicaciones médicas.

En el año 1991 recibió el Premio internacional de la fundación Hasselblad


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I don't really remember the day when I stood behind my camera with Henry Kissinger on the other side. I am sure he doesn't remember it either. But this photograph is here now to prove that no amount of kindness on my part could make this photograph mean exactly what he.. or even I.. wanted it to mean. It's a reminder of the wonder and terror that is a photograph.



A photographic portrait is a picture of someone who knows he's being photographed, and what he does with this knowledge is as much a part of the photograph as what he's wearing or how he looks. He's implicated in what's happening, and he has a certain real power over the result.




























Lauren Hutton 1968