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domingo, 30 de marzo de 2014

Margaret Bourke-White (1904-1971)


«La fotografía es una cosa muy sutil. Debes dejar que la cámara te lleve de la mano y te guíe hacia tu objetivo.»

Encaramada sobre una de las aguilas del edificio Chrisler

Margaret Bourke-White (1904-1971) nació en Nueva York el 14 de junio de 1904. Se interesó por la fotografía cuando estudiaba en la Universidad de Cornell. Fue alumna de Clarence H. White en la Universidad de Columbia y después abrió su estudio en Cleveland donde se especializó en la fotografía arquitectónica. Fue la primera mujer corresponsal de guerra (y la primera a la que se le permitió trabajar en zonas de combate en la Segunda Guerra Mundial) y la primera mujer fotógrafa que trabajó para la revista Life, dirigida por Henry Luce. Una fotografía suya fue tapa de la primera edición, el 23 de noviembre de 1936.

Era una mujer de izquierdas que hizo varios viajes a la antigua Unión soviética (URSS). En 1930 fue la primera fotógrafa occidental a la que se le permitió fotografiar la industria soviética. En 1931 publicó Eyes on Russia. Profundamente sensibilizada por la depresión en el país llegó a interesarse por la política.

Se casó con Erskine Caldwell en 1939 y fueron los únicos periodistas extranjeros en la ocupada URSS tras la invasión del ejército alemán en 1941.

En la primavera de 1945, viajó a través de una Alemania destruida con el Gral. George S. Patton. Cuando llegó a Buchenwald, el tristemente famoso campo de concentración, luego de registrar los restos, dijo: «Usar una cámara era casi un alivio. Esta interponía una ligera barrera entre el horror en frente mío y yo misma." Después de la guerra, produjo un libro titulado» Dear Fatherland, Rest Quietly, un proyecto que le ayudó a entender la brutalidad de la que había sido testigo durante y después de la guerra.

Tras la Segunda Guerra Mundial se interesó por la campaña de la no violencia impulsada por Gandhi.

Finalmente, Margaret Bourke-White acabó adelantando al mundo en el que le tocó vivir: el conservadurismo estadounidense de posguerra condicionó e incluso acabó con carreras profesionales y vidas personales mucho menos significadas ideológicamente que las de esta fotógrafa que reivindicaba el fin del sufrimiento en todas sus formas, tanto violentas como económicas. Sus viajes a la Unión Soviética fueron como un trapo rojo agitado frente al tenaz senador encargado de enderezar la moralidad de los estadounidenses más sospechosos. A Joseph McCarthy, desde luego, documentación no le faltó: el FBI entregó diligentemente a la comisión de escrutinio toda la documentación que había acumulado sobre Margaret Bourke-White desde 1930, fecha en la que una fotógrafa de 26 años comenzó a parecerle sospechosa a la todopoderosa agencia. Finalmente, las montañas de expedientes demostraron su reiterado contacto con diversas organizaciones para la extensión de los derechos civiles y políticos. Inicialmente, la neoyorquina trató de seguir haciendo su trabajo a pesar de las crecientes reticencias que despertaba y, aunque aún tuvo tiempo de viajar a Sudáfrica para contemplar las miserias del apartheid, finalmente fue incluida en la relación de artistas significados como comunistas por los diversos comités que controlaban las actividades antiamericanas.

Al ostracismo social sobrevino rápidamente la merma de su salud: en 1953, a la edad de 49 años, Margaret Bourke-White comenzó a manifestar los primeros síntomas del párkinson que acabaría con su vida. Tras el definitivo diagnóstico luchó infructuosamente contra el avance de la enfermedad, hasta que se retiró definitivamente y redactó, durante seis años, su autobiografía. Aparentemente, Margaret Bourke-White sufrió mucho sus últimos años de vida: denostada políticamente, fue perdiendo progresivamente el habla y su tratamiento consumió rápidamente los escasos ahorros que no había entregado a la beneficencia. Finalmente, fue ella quien debió ser asistida por las organizaciones con las que tanto colaboró. Sin embargo, hasta entonces, Margaret Bourke-White vivió, y murió, de un mismo modo: tal y como ella quiso hacerlo. Y puede que, en realidad, ese haya sido el mayor logro de una mujer que dedicó por completo su vida a retratar los horrores de la primera mitad del siglo XX.

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El retrato de Joseph Stalin es, por la importancia del modelo, una de las instantáneas más populares de Margaret Bourke-White. Sobre su encuentro con el máximo mandatario soviético la fotógrafa neoyorquina recordaba años después lo siguiente: «Me dije a mí misma que no podía irme de allí sin una foto de Stalin sonriendo. Pero, cuando le vi, me dio la impresión de que su cara estaba esculpida en piedra. No pensaba mostrar ningún tipo de emoción. Me volví loca tratando de conseguirlo: me tiré al suelo y adquirí todo tipo de posiciones absurdas tratando de conseguir un buen ángulo. Stalin observaba mis esfuerzos y finalmente esbozó algo parecido a una sonrisa, así que conseguí mi foto. Probablemente nunca había visto una fotógrafa tan joven y le debieron de divertir mis contorsiones».

Aunque no es una sonrisa resplandeciente, efectivamente Stalin debió de divertirse en aquel encuentro, ya que al término del mismo insistió en ayudar personalmente a Bourke-White a sacar su equipo del Kremlin. Este incuestionable éxito catapultó a la neoyorquina hasta la revista Life, la principal cabecera del grupo en el que trabajaba.

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«Las fotos pueden ser bellas. Pero también deben decir la verdad»
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London at Night, A Drinking Fountain at the Junction of Hamilton Terrace and Park Lane, 1939


New York  1930


Cocktails on Gorky Street. Moscow



Cola para la beneficiencia durante la Gran Depresión





1945,prisioneros de guerra en Alemania previo a la liberación por las fuerzas Estadounidenses. Campo de prisioneros Betchwald Alemania



Cuchillas de arado. Indiana, Estados Unidos. 1930.


Escolares. Región del Volga. URSS. 1931


Niños paramilitares. Checoslovaquia. 1937









Dr Kurt Lisso, Leipzig’s city treasurer, and his wife and daughter after taking poison to avoid surrender to U.S. troops, Leipzig, 1945.