viernes, 15 de noviembre de 2013

Stanley Kubrick (1928-1999 )





Stanley Kubrick (Nueva York, Estados Unidos, 26 de julio de 1928 – Harpenden, Hertfordshire, Reino Unido, 7 de marzo de 1999) fue un fotógrafo, director de cine, guionista y productor estadounidense. Considerado por muchos uno de los más influyentes cineastas del siglo XX. Destacó tanto por su precisión técnica como por la gran estilización de sus cintas y su marcado simbolismo. Realizó trece películas, entre las cuales se encuentran varios clásicos del cine, como Lolita, Dr. Strangelove, 2001: A Space Odyssey, A Clockwork Orange, El resplandor, Full Metal Jacket y Spartacus.


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 Rocky Graziano con los guantes de boxeo caídos y la mirada cansada; chavales con cara de niños y manos de viejos que lustran zapatos en las calles; el joven actor Montgomery Clift relajado en su piso; los rostros enigmáticos en cuerpos extraños de algunos artistas de circo; las aulas de la Columbia University, donde se formaba la prometedora clase dirigente de un país en ciernes o los huérfanos de guerra del colegio mayor de Mooseheart, en Illinois, destinados a engrosar las filas de la middle class. En pocas palabras: fragmentos de vida de una sociedad que se va transformando, crónicas en blanco y negro de una América que se despierta tras la II Guerra Mundial y saca brillo para su gran momento en la historia. En poquísimas palabras: Kubrick antes de ser Kubrick. Fotógrafo antes que director. Una exposición recoge algunas imágenes capturadas entre 1945 y 1950 por un joven reportero, hasta ahora casi desconocido, descuidado por los críticos, aplastado por el renombre de lo que llegaría a ser más tarde: un indiscutible maestro del cine mundial. Casi 200 disparos, testigos valiosos de una época y de la poderosa energía expresiva de su autor, se pueden ver a partir del próximo viernes y hasta el 4 de julio en el Palazzo della Ragione de Milán. Una nota de Lucia Magi publicada en  El País el 12 de abril de 2010

La muestra subraya por primera vez la precoz producción fotográfica de Stanley Kubrick (Nueva York, 1928; Harpenden, Reino Unido, 1999), que con sólo 17 años fue contratado por la revista neoyorquina Look, de la que se despidió cinco años más tarde para intentar hacer películas.

El día de su 13º cumpleaños, Stanley recibió de su padre una Leica III. Descubrió así una de sus pasiones: la fotografía. Se apuntó a cursos, descuidó los estudios en el instituto para disparar, revelar y mejorar su técnica fotográfica. En junio de 1945, captura por las calles el retrato de un quiosquero triste mientras observa un periódico que titula con la noticia de la muerte del presidente Roosevelt. La imagen es tan intensa que no sólo la revista Look se la compra, sino que también decide contratar a aquel joven desconocido de ojos azabache. Arranca entonces una carrera fulgurante. Tras cuatro cursos en la escuela de cine, pagados con el sueldo de reportero gráfico, Kubrick decidió colgar su Roilleflex y coger la cámara de rodar. En 1953 firma su primer largometraje, Fear and Desire; en 1955, El beso del asesino; Atraco perfecto llega en 1956, Senderos de gloria en 1957 y dos años más tarde, Espartaco. Sin embargo, ésta es otra historia, la que le consagra como uno de los grandes del cine. La fotografía cuenta su primera vida profesional.

«Las imágenes publicadas por Look representan en realidad sólo una mínima parte de los cerca de dos mil negativos archivados», explica el comisario de la exposición, Rainer Crone. «Fui a visitar a Kubrick un año antes de que muriera, en 1998. Le quería pedir permiso para imprimir sus fotos y sacarle el partido que merecen. En realidad, tengo que admitirlo, esperaba también que me dijera: 'Por supuesto, sube conmigo: tengo negativos, pruebas, todo mi archivo bien guardadito en la buhardilla'. Pero no fue así. Se puso muy contento de mi intención de rescatar esa parte de su producción, pero confesó no tener ni la más remota idea de dónde podía encontrarse el material, no tenía ni una impresión original, ni el copyright de los negativos. Me saludó diciendo: 'Take your time and good luck'», recuerda Crone. Necesitó esas dos cosas, tiempo y suerte. Fueron 12 años de investigación, hasta que descubrió que Look había regalado en 1952 gran parte de los negativos de Kubrick al Museo de la Ciudad de Nueva York. Desde entonces nadie los había visto.

Lo hizo Crone. «Estas fotos son una maravilla», exclama emocionado. «No me refiero sólo a su valor documental, sino también a su madura inteligencia figurativa. Desde el punto de vista de la calidad artística y de la personalidad del estilo, el joven Stanley no tenía nada que envidiar a Walker Evans, Henri Cartier Bresson, Robert Frank, Diane Arbus, Louis Faurer o William Eggleston». Como los grandes nombres de la fotografía social moderna, «él supo transformar las imágenes estáticas en secuencias que contaban historias».

Los jefes de Look exigían a Kubrick que el sujeto fuese seguido constantemente, retratado en cada instante. Para obtener la máxima naturalidad, el joven reportero llegaba a veces a esconder la cámara bajo el abrigo y apretaba el botón con un pequeño interruptor oculto en la palma de la mano. «El rasgo que caracteriza las imágenes es el interés del autor por los aspectos psicosociológicos. Las fotos de los negros de Chicago, que no alcanzan a llegar a fin de mes pero hacen ostentación comiendo en los mejores restaurantes, tienen detrás la misma mirada ambigua, desenfadada y destacada de La naranja mecánica, Barry Lyndon o El resplandor».

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jueves, 7 de noviembre de 2013

Leo Matiz (1917-1998)


« En mis sueños la visión es perfecta. Tengo mis ojos y veo la luz.»

1917.- Leo Matiz Espinosa nace el 1 de abril en Aracataca Colombia «El Macondo», de Gabriel García Márquez.

1933.- Publica en la revista Civilización sus primeras caricaturas y realiza su primera exposición en Colombia.

1937.- Enrique Santos «Calibán», director del periódico El Tiempo, estimula a Matiz para trabajar en la fotografía y le regala una cámara fotográfica. Estudia en el taller del pintor y fotógrafo Luis B. Ramos.

1940.- Sale desde Barranquilla con rumbo a México. Llega a Panamá y el 12 de octubre, en San José de Costa Rica, expone fotografías y caricaturas.

1941.- Expone en una muestra colectiva, en el Palacio de Bellas Artes, con motivo del 131 aniversario de la Independencia de Colombia.

1945.- Conoce al director de cine español Luis Buñuel y le muestra su trabajo fotográfico sobre los marginados de la Ciudad de México, material que lo inspiró para su película Los Olvidados (1952). La prensa mexicana le concede el premio como el Mejor reportero gráfico de México.

1949.- Es reconocido por la prensa internacional como uno de los 10 mejores fotógrafos del mundo.

1951.- Funda la primera galería de arte de Colombia y expone por primera vez las pinturas de Fernando Botero.

1998.- Muere en Santafé, Bogotá el 24 de octubre a consecuencia de una cirrosis hepática.

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«Nosotros tenemos muchos materiales que no hemos revisado, esas fotos inéditas estaban en un sobre que decía ‘Amigos México’, ya olían mucho a vinagre.

«Cuando las revisamos, apenas el año pasado, vimos quiénes estaban en esa fiesta» Alejandra Matiz.

Precisó que esta muestra, conformada por 72 fotografías, es parte de un homenaje que se hace a Matiz tanto en el Museo Mural Diego Rivera en México, como en el Museo Nacional, en Colombia.

La nota fue publicada por Milenio y replicada en la Revista Rancho Las Voces. Para consultar la nota completa pulse el enlace.

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Niño con chirimia, Oaxaca, México, 1941 (Foto: Acervo Fundación Leo Matiz)





Vallenatos, Valledupar, Colombia, 1955






Cumbia, Bogotá, Colombia, 1955








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Leo Matiz, fotógrafo universal

Por Miguel Ángel Flórez Góngora

Leo Matiz es uno de los fotógrafos más versátiles y singulares de la legendaria y memorable generación de reporteros gráficos que renovaron la escena del fotoperiodismo durante las primeras seis décadas del siglo XX en América Latina, Estados Unidos y Europa.

Matiz nació en rincón Guapo en 1917, una aldea de Aracataca, Magdalena, en donde proliferaba la exhuberancia del paisaje tropical junta con la modesta supervivencia de sus habitantes cultivadores de banano.

En su adolescencia viajó a Bogotá para laborar en el periódico El Tiempo y frecuentó la vida bohemia de los cafés con los pintores y caricaturistas famosos a finales de la década de 1930. Por exigencia de Enrique Santos Molano «Calibán», abuelo de Juan Manuel Santos, actual Presidente de Colombia, Matiz adoptó la fotografía y consolidó en Colombia una reputación de reportero gráfico alerta con las situaciones y en un cazador penetrante del azar y las almas de los personajes captados con su cámara Rolleiflex.

Vital e incansable, igualmente obsesivo con la perfección en su trabajo de reportero, Matiz viajó de manera infatigable por los cinco continentes y volcó su talento igualmente como fotofija en el cine, la fotografía publicitaria, creador de periódicos y fundador de galerías de arte, exhibiendo por primera vez en 1951 al pintor Fernando Botero en la Galería de Arte Leo Matiz.

México, Centroamérica, Estados Unidos, los andes latinoamericanos, el Caribe, Palestina, Beirut, Tel Aviv y Venezuela, son algunos de los escenarios en los que revoloteó el alma indoblegable y apasionada del fotógrafo Leo Matiz, orientando su mirada hacia lo que Henri Cartier Bresson denominó «el momento decisivo», ese instante irrepetible en el que convergen lo inesperado de la vida humana, una retina capaz de ir más allá de los visible y una sensibilidad extraordinaria para comprender el vértigo de la historia y el drama humano más allá del implacable ritmo de las rotativas de prensa.

La vuelta al mundo en imágenes también llevó a Leo Matiz a realizar travesías inesperadas como aquella que lo situó en el corazón de los acontecimientos del París que celebraba la liberación del régimen de ocupación nazi el 24 de agosto de 1944 y que través de su mirada lúcida, penetrante y compasiva convirtió el paisaje urbano de libertad y de embriaguez colectiva en estampas geométricas y caprichosas.

Matiz, sin duda, se sumergió en la atmósfera nocturna y vibrante de la Paris liberada, perseguido por el fantasma vanguardista de los cronistas gráficos como Robert Doisneau y Brassai que lograron sus mejores obras en la Europa de entreguerras, inspirados en retratar la perturbadora magia nocturna de la ciudad luz con los detalles urbanos de plazas, calles, esquinas y fachadas que la han convertido en el sueño deseable y eterno de nuestra memoria visual, cumpliendo el ritual de lo que alguna vez predijo la ensayista norteamericana Susan Sontag: «fotografiamos lo que está a punto de desaparecer».

Y así, saltando de un país a otro, de un continente a otro, la vida creativa y tumultuosa de Leo Matiz, obtuvo reconocimientos meritorios como el premio Chevalier des Arts et des Lettres, concedido por el gobierno francés en 1995 y en 1997 el Filo d` Argento en Florencia, Italia. En 1998 el gobierno colombiano le rinde homenaje y lo reconoce como uno de los grandes protagonistas de la fotografía del siglo XX.

Leo Matiz fue un autentico colombiano y su muerte, ocurrida el 24 de octubre de 1998, lo vinculó de modo definitivo y perdurable, a la memoria visual del siglo XX.

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Leo Matiz regresa a México 
por Sergio Blanco 

Viajé a Macondo por primera vez al final de mi adolescencia. Me encaramé en las páginas de una vieja edición de Cien años de soledad que estaba en mi casa antes de mi nacimiento, y desde ahí observé aquella aldea de 20 casas de barro y cañabrava en la ribera de un río flanqueado por piedras como huevos prehistóricos. Miré el poblado y gocé sus historias como un tierno voyeur, pero no me atreví a entrar a ese espacio que entonces sentí ajeno, quizá porque muchas cosas carecían de nombre en mi mundo madrileño de 1997, igual que en la primera hoja del libro de Gabriel García Márquez. 

Nunca imaginé que, en mi cosmos mexicano de 2010, sería capaz de transitar por Macondo sin tener delante aquel libro amarillento de lomo rosa. La catapulta que me dio acceso a esta aldea literaria fue una mujer de carne, hueso y acento colombiano: la hija y heredera del fotógrafo Leo Matiz, enaltecido y desterrado por el México de los años cuarenta, donde vivió la mejor época de su vida. Alejandra Matiz nació en los cincuenta y heredó de él los ojos pequeños y vivos. También la sonrisa afable que ha cautivado a cuatro maridos mucho mayores que ella. Está sentada junto a mí en la sala del departamento de su amiga. Aclara entre risas que su padre siempre la consideró como su mejor hija, a pesar de ser fruto de su peor esposa, la quinta, Amparo Caicedo. El mediodía nos regala su luz a través de una ventana que da a una calle arbolada de la colonia Polanco. Compartimos una mesa llena de libros sobre el fotógrafo colombiano, álbumes con hojas de contacto y fotos, muchas fotos. Me cuenta que de día tomaba fotografías, y por la noche las revelaba.

¿No descansaba? —pregunto.

Dormía como dos o tres horas. A veces ni dormía, era increíble. Mi papá tenía la energía de un caballo, porque nació en Aracataca encima de un caballo. Yo digo que se le pasó la energía del caballo. 

¿Nació encima de un caballo? —repito con tono ascendente, entre escéptico y sorprendido.

Pues sí, porque imagínate que en Aracataca, cuando mi papá nace en 1917, no había nada: ni agua, ni luz ni medio de transporte. Lo único era el caballo, o el burro o la mula. Entonces, cuando a mi abuela, que tenía 16 años, le dan los dolores de parto, llaman a un caballo que la lleve donde la comadrona para que la ayude a parir. Y en el movimiento nace él. 

 Alejandra me cuenta que a los tres años, este niño de origen gitano por sangre paterna le preguntó a su madre, Eva Espinosa, sobre aquel caballo, sin entender si era hijo de ella o del equino. La mujer se quedó de piedra. El infante recordaba la escena de su nacimiento. La había congelado como una fotografía.